“Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”. Stendhal
Así definía Henry Beyle (Stendhal), El síndrome que llevaría su nombre, el cual, decía, causa un elevado ritmo cardiaco, vértigo, confusión, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones, cuando una persona disfruta de una hermosa obra de arte, de alguna expresión estética que subjetivamente sea maravillosa para el receptor. Este fenómeno fue experimentado por el en 1817 tras su visita a la Basílica de la Santa Cruz en Florencia, Italia.
Más allá de esta circunstancia médica como afección psicosomática, el síndrome de Stendhal se ha transformado en un conexo de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico.
Este tipo de sensaciones que nos pueden causar ciertas expresiones artísticas, pueden ocurrirle a cualquiera y en cualquier momento en el que se esté disfrutando de ellas, sin embargo hay una muy común que llevamos día y noche con nosotros gracias a la tecnología, en la oficina, en el centro comercial, en el trasporte público. Se trata de la música.
Y aunque ahora es más fácil llevarla con nosotros, no significa que sea un tema únicamente presente en nuestros tiempos o en nuestra cultura occidentalizada, pues los sufíes del norte de India y de Pakistán, por ejemplo, discutieron durante mucho tiempo sobre la dimensión erótica de escuchar música al percibir diferentes tipos de sensaciones placenteras en su cuerpo al conectarse con esta.
Algunos estudios recientes afirman la existencia de “orgasmos en la piel” o “dermorgasmos” cuando la música nos provoca con tanta intensidad escalofríos en la espalda, sensación de “mariposas” en el estomago, excitación o aceleración del corazón. La experiencia a veces puede ser tan poderosa que no te permite hacer nada más.
Pero estas sensaciones pueden ser asombrosamente variadas, y no a todos se les presenta bajo el mismo contexto.
Por ejemplo, unos músicos profesionales llevaron a cabo un estudio sobre esto en 1991 y descubrieron que cerca de la mitad de los voluntarios que se sometieron a él, experimentaron temblores, rubor y sudoración, incluso excitación sexual, al escuchar su pieza favorita.
Inspirándose en este tipo de información y en los resultados de algunos estudios, investigadores han identificado ciertas particularidades que pueden liberar cada tipo de percepción durante estos “dermorgarmos”.
Los cambios repentinos en la armonía, los saltos dinámicos y las apoyaturas melódicas (notas disonantes que chocan con la melodía principal) al parecer son los que provocan las reacciones más poderosas.
“El escalofrío musical suscita un cambio fisiológico que está unido a un punto particular de la música”, explica Psyche Loui, profesora de psicología y neurociencia de la Universidad de Wesleyan (Estados Unidos), quien además es pianista y violinista, ella decidió estudiar el fenómeno.
Loui sintió por primera vez esta sensación cuando estaba comenzando sus estudios universitarios. Estaba en la habitación de un amigo cuando en la radio sonó el concierto de piano número dos, del compositor ruso Sergei Rachmanivov; la melodía le produjo mariposas en el estómago, un escalofrío que recorrió su columna vertebral y hasta le aceleró el corazón, según le contó a la BBC.
Haciéndoles un escáner a los voluntarios mientras escuchan su canción favorita, los neurocientíficos han sido capaces de dibujar el mapa de las regiones del cerebro que reaccionan y trazar así el mecanismo tras el fenómeno. Una de las claves del mecanismo parece ser la forma en la que el cerebro monitorea nuestras expectativas. Pues desde que nacemos emprendemos un conocimiento sobre ciertos ajustes de la composición.
Por ejemplo, una melodía nos puede resultar aburrida y monótona si sigue ciertas convenciones al pie de la letra, alejándonos de su principal intención, que es llamar nuestra atención. Si por otro lado rasga estas convenciones del todo, haciéndose demasiada “anarquía melódica” nos puede producir solo ruido, distanciándonos de igual manera de estas intenciones subjetivas y estéticas como obra de arte.
Pero cuando esta composición entra en los límites de lo familiar y lo desconocido, pueden entonces producirse este tipo de sensaciones, sacudiendo al sistema nervioso central, provocando así aceleración en el pulso, disnea y rubor, desencadenando escalofríos en nuestra columna. Siempre revelándose para cada quién de una manera diferente, dependiendo de un contexto cultural, educativo y genético. Es así como puede experimentarse a través de una obra de opera clásica, pasando por el heavy metal o la cumbia. No hay reglas pragmáticas para experimentar estas emociones, todo es subjetivo en el arte.
Este tipo de emociones y sensaciones se pueden volver más intensas al repetir la experiencia de escuchar la melodía, generando así algún tipo de adicción, gracias a los químicos generados por el cerebro, como la endorfina, adrenalina y dopamina entre otros.
Así que no olvides, cuando tú o alguien presente mareos, sudores, palpitaciones o visión borrosa debido a una ‘sobredosis’ de belleza artística puedes decir que padece el Síndrome de Stendhal, o de manera mas directa, que está teniendo un “dermorgasmo”